Luna Roja (fragmento), Miranda Gray
La relación sexual conecta al ser humano con la tierra, al
hombre con la mujer, y a la mujer con sus energías creativas, gracias a lo cual
ella se transforma en la fuente de inspiración y poder de su compañero. En la historia
y la leyenda la mujer suele ser una fuente de visión, meditación, entusiasmo,
desafío, energía, fortaleza e inspiración para el hombre y actúa como
catalizador en su vida, mientras que el rol de las diosas era el de guiar,
dirigir y dar sentido a la vida de los héroes que ellas escogían.
Tanto en la Grecia antigua como en la India las mujeres
cultas que demostraban gran habilidad en las artes sexuales gozaban de un mayor
prestigio dentro de la corte que es resto de las mujeres, y sus aptitudes para
la música y la poesía eran muy apreciadas, así como la percepción que
demostraban en las discusiones filosóficas o relacionadas con el arte de la
guerra; el acto sexual les proporcionaba placer y hacía emerger sus energías,
mientras que a través de esa intereacción los hombres no sólo experimentaban
placer sino que además recibían el don de la visión. Estas mujeres enseñaron al
hombre el arte del sexo, el verdadero valor del acto en sí mismo.
En el mundo occidental las doctrinas de la iglesia cristiana
han tenido gran influencia sobre el acto sexual y su reconocimiento social; la
idea del cuerpo, el seco y la sexualidad como expresiones de lo divino, el
culto y la espiritualidad pueden resultar difíciles de comprender incluso para
las personas de mente más abierta, y en consecuencia durante muchísimo tiempo
se culpó al sexo y a la sexualidad de alejar a las personas de lo divino,
mientras que la sexualidad femenina en particular fue considerada como la
tentación original que apartó a la humanidad del lado de Dios.
Durante el medievo la sociedad cristiana olvidó la
maravilla, la belleza y la divinidad propias del acto sexual, y al rechazar el
sexo, el cuerpo y la naturaleza en su búsqueda de lo divino, lo que en realidad
hizo fue negarse admitir lo divino en los poderes de la creación. Entonces el
rol sexual femenino pasó a ser el de la sumisión ante las necesidades de su
marido y un medio para engendrar hijos; si una mujer disfrutaba del sexo, pedía
practicarlo o gozaba y obtenía energía a partir de él, se pensaba que semejante
comportamiento era producto de su naturaleza maligna, y así perdió todo el
respeto que podía haber obtenido del hombre o de la sociedad. El concepto del
sexo pasó a estar estrechamente vinculado al placer masculino y a la producción
de hijos, y cualquier atisbo de erotismo se consideraba pornográfico; hasta en
el mundo moderno, más “iluminado” y “sexualmente consciente”, el concepto del
sexo como expresión espiritual es impensable o se lo considera perverso.
Incluso hoy en día el acto sexual es sucio, avergonzante y depravado si no
respeta las estrictas restricciones sociales; como sucede con la menstruación,
algunos de sus aspectos son tachados de malignos y, en el peor de los casos, la
sociedad los ignora por completo.